Este no es un momento de Shehecheyanu. Aunque quizás pueda ser un hito, este no es un momento de Shehecheyanu. Un año completo después de la pandemia, con cientos de miles de vidas perdidas en todo el mundo -es algo para remarcar, ciertamente- pero no es para decir Shehecheyanu.
Esto me recuerda un evento, hace poco más de un año, cuando en mi calidad de Directora de Educación, cancelé la escuela hebrea por primera vez debido a las inclemencias del tiempo. Los niños consideran que conceder días libre por nieve o cancelar la escuela es lo más estupendo de una autoridad. Sin embargo, cuando promocioné mi logro en las redes sociales, un querido amigo me advirtió que, como educadora, no debería celebrar la pérdida de una oportunidad de aprendizaje. El Shehecheyanu debería reservarse para ocasiones especiales y alegres, me recordó.
Además, para muchos de nosotros, nuestras celebraciones de Purim el año pasado fueron la última vez que pudimos reunirnos en Comunidad con nuestros amigos y seres queridos antes de que la pandemia comenzara en serio. Nuestra tradición nos recuerda que cuando Adar llega, nuestra alegría aumenta. Este año, sin embargo, más que en cualquier otro momento de mi vida, siento un sentimiento de resentimiento hacia la exaltación forzada provocada por un simple cambio en el calendario. Cuando la pandemia golpeó el año pasado, y golpeó con fuerza, la emoción se convirtió en desesperación, la alegría se convirtió en tragedia; era la esencia misma de la noción al revés que típicamente asociamos con Purim, pero por todas las razones erróneas.
Entonces, ¿cómo encontramos esa alegría? y aún más, ¿cómo la aumentamos en estos tiempos difíciles y problemáticos? Resulta que, nuevamente este año, también tuve que cancelar la escuela de hebreo por otro día de nieve. En lugar de simplemente lamentarme por la pérdida de una oportunidad de aprendizaje, traté de canalizar mis propios días de escuela: me vestí con mi abrigo, botas, bufanda, sombrero y guantes, y caminé hasta el parque cercano, mirando mis huellas detrás de mí, formando bolas en la nieve y tirándo- las al aire para verlas caer sobre mí. Por un breve momento, me sentí ligera, como la nieve misma.
Me di cuenta de que debía centrar mi observancia de Purim en una línea de texto en particular: “Y quién sabe, tal vez hayas alcanzado [esta] posición para una crisis así”. (Ester 4:14, traducción JPS). Todas nuestras vidas han sido inextricable- mente cambiadas, alteradas y al revés debido a esta pandemia. Mi perspectiva como educadora y la de mi rabinato se ha visto alterada para siempre por mis primeras experiencias en el mundo profesional ensombrecido por la muerte, el aislamiento y el miedo.
También sé que este es el momento en que mis alumnos y feligreses más me necesitan. Como la presencia silenciosa e invisible de Dios que impregna el Libro de Ester debido a su flagrante omisión, no puedo evitar preguntarme qué propósito, qué lecciones, extraeremos de estas experiencias en el futuro. ¿Qué alegría trajimos y cómo la aumentamos? ¿Cómo nos enderezamos en medio de nuestro mundo al revés? ¿Qué momentos encontramos en los que pudimos decir sinceramente Shehecheyanu, con pleno reconocimiento y conciencia de su belleza e impacto? El tiempo y el calendario marchan perpetuamente: cuando lleguemos a Purim el próximo año, ¿qué preguntas se nos harán? La forma en que elegimos responder a esas preguntas está definida por nuestras acciones en este momento, que es la razón por la que todos hemos alcanzado esta posición, precisamente por una crisis de este tipo.
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RABINA LILIAN KOWALSKI
Actualmente desempeña el rol de rabina y directora de educación en Temple Israel en Tulsa, Oklahoma.
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