Rosh HaShaná marca el comienzo de un nuevo ciclo. Los tiempos de celebración convocan a la reflexión, y desde allí, repensar nuestras prácticas cotidianas. En el pensamiento judío, el tiempo es circular, y no sólo en los ciclos anuales. El tiempo histórico es un proceso de superación y reparación que se enmarca entre el Paraíso y el Tiempo Mesiánico, dos ideas míticas de la perfección, del bien absoluto. Desde esta concepción el ser humano es arrojado a una existencia imperfecta, que transita entre esos dos extremos. A partir de los mitos bíblicos, relacionamos simbólicamente el comienzo de un nuevo año con la creación de Adam, el primer ser humano. Estudiemos algunas interpretaciones sobre este relato.
Adam es creado uno y único con tierra y aliento divino. ¿Qué aprendemos del relato sobre Dios que crea a un solo ser humano y luego lo divide? Y, ¿qué nos enseña esa tierra con la que es creado?
Interpreta la Mishná (Sanedrín 4:5) que Adam fue creado único para enseñarnos que quien quita, o mantiene, la vida de una persona es considerado como que destruye, o sostiene, al mundo entero. Y compara: la persona, al acuñar monedas, lo hace a partir de un sello y todas se parecen. En cambio -aclara la Mishná- Dios creó a cada humano con el sello de Adam y sin embargo ninguno se asemeja. Es por lo que cada uno debe decir: el mundo fue creado para mí.
Aprendemos de este texto que las personas somos todas iguales en valor e importancia y, al mismo tiempo, como obras de lo divino y milagroso, somos todas diferentes.
Según Rabí Meir (Sanhedrín 38a), Adam fue creado con tierra de todo el mundo, de modo que hay una relación entre nuestro cuerpo y todo el planeta. En otra interpretación, el Midrash Rabá (Bereshit 14:8) dice que Dios creó a Adam con tierra tomada del “mismo lugar del cual expiará sus errores”. Es interesante recordar que en hebreo no se escriben las vocales y que las letras escritas forman familias de palabras que se relacionan. El “lugar del cual expiará sus errores” hace referencia al altar en el que se acercan (KaRoB) las ofrendas (KoRBaN). Vemos una relación entre el cuerpo y la posibilidad de acercarnos, de volver del error, de la reparación.
En el Talmud (Brajot 58a) se cuenta que Ben Zomá solía decir: “¡Cuánto debió esforzarse Adam, hasta obtener pan para comer! Aró, sembró, cosechó, colectó, trilló, aventó, separó, molió, tamizó, amasó, horneó y después comió. Yo me levanto y encuentro todo hecho frente a mí”.
Somos uno en Adam pero diferentes. La diversidad nos permite subsistir. Como dice Ben Zomá: sin los otros, solos como el Adam originario, no podríamos ni satisfacer nuestras necesidades básicas. Más aún, sin un vínculo adecuado con el planeta, el cuerpo y al mismo tiempo el anfitrión, tampoco podríamos mantenernos con vida. Somos huéspedes de un mundo que nos da la vida y deberíamos ser agradecidos.
Nos enseñan nuestros maestros que, aunque nos diferenciemos por nuestros cuerpos, voces, rostros, pensamientos y opiniones, somos uno en el Adam mítico. Que la vida de cada uno es sagrada en igual medida y que no debemos hacer diferencias. Que nos necesitamos mutuamente, que nos complementamos, y que cada uno es responsable por el otro y por el planeta. Que no somos los dueños del mundo sino huéspedes y guardianes. Que podemos equivocarnos y que asumir la responsabilidad implica reconocer nuestros errores con humildad, acercarnos y reparar la humanidad y el planeta.
Es tiempo de volver a Adam, de focalizar en la interrelación entre la vida de la humanidad y la del planeta, reconociendo que somos un mismo cuerpo. De abrazar, desde la cultura del encuentro, lo distinto que hay en el rostro del otro, tan sagrado como el propio. De agradecer en lugar de despreciar ese regalo que es la vida. De recordar que somos imperfectos pero que en la tierra está la capacidad de acercarnos y ofrendarnos, y de reparar nuestros errores. Es tiempo de cambiar el egoísmo por el amor, de poner en práctica el deseo divino del bien común, de hacernos responsables y de sostener la vida humana y planetaria en su diversidad, y celebrarla.
Le shaná tová tikatevu vetijatemu.
Rab Damián Karo
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