והחדש אשר נהפך להם מיגון לשמחה ומאבל ליום טוב
Y es el mes que se transformó para ellos, dejando de ser pesadumbre pasando a ser alegría, dejando de ser duelo para ser festividad.
Un chascarrillo popular afirma que las festividades judías se pueden resumir diciendo: nos persiguieron, nos salvamos, ¡a comer!… Indudablemente, de entre todas las festividades del ciclo anual, Purim es la efeméride en la que esta secuencia se replica con mayor fidelidad. ¿O tal vez no?
Adar es el mes del calendario hebreo en el que conmemoramos la festividad de Purim. Nuestros sabios nos enseñan que una vez que este mes comienza aspiramos a incrementar la alegría en nuestras vidas. Ahora bien ¿qué es la alegría? Podemos encontrar algunas pistas en la propia meguilá y así lo entendieron los rabinos del pasado cuando determinaron los cuatro preceptos de este día. A saber: leer el libro de Ester (la meguilá), entregar dádivas a los menos afortunados (matanot laevionim), obsequiar alimentos a nuestros semejantes (mishloaj manot) y celebrar un banquete (seudá). Estas cuatro acciones son la fórmula de la felicidad. No son especialmente complicadas, pero demandan nuestra atención y requieren ser recordadas, al menos una vez cada año, para que las reproduzcamos de manera ininterrumpida.
Leemos el relato de Ester en dos ocasiones: al anochecer y durante el día. Para leerla nos unimos a la comunidad, tratamos de no hacerlo en soledad. Nos unimos y hacemos gran ruido y alboroto. En la lectura compartida buscamos significados, exploramos posibilidades y resignificamos el texto generación tras generación.
Hacemos tzedaká, al entregar matanot laevionim, y apoyamos a quienes más lo necesitan. De esta manera aportamos nuestro granito de arena en la construcción colectiva de un mundo más justo. Ciertamente lo hemos de hacer durante todo el año, ya que en todo momento es preceptivo, pero al hacerlo en Purim aprendemos que somos parte de dicha construcción incluso en los momentos de mayor entusiasmo. La alegría y la abundancia no nos apartan de esta obligación sino que nos acercan aún más a ella.
Al entregar mishloaj manot a nuestros amigos reforzamos los lazos interpersonales y disfrutamos del ciclo sin fin en el que todos entregamos algo propio y recibimos un presente de alguien diferente. En esta cadena de obsequios todos ofrendan y reciben alimentos con los que simbolizamos nuestras simpatías.
Por último la seudá, que es celebrada durante las horas del día, nos permite recibir comensales e invitados que llegan a nuestra mesa. Los recibimos cuando podemos diferenciar sus caras y reconocer a cada uno. En ocasiones nosotros somos los anfitriones y en ocasiones somos los convidados. En una y otra circunstancia, tenemos en nuestras manos la herramienta más sofisticada para agasajar y disfrutar de un hermoso momento con quienes son depositarios de nuestros afectos.
Cuatro son por tanto los gestos que demandan nuestra implicación durante el día de Purim. Cuatro son los preceptos que transforman todo pesar en gozo. No es el recuerdo de un suceso pasado, sino el regocijo del reencuentro sincero y cercano con nuestros semejantes. Esta es la fórmula secreta de la felicidad del mes de Adar.
Cuatro son los preceptos de Purim, tal y como ya dijimos. Cuatro es también el número que nos acompaña en Pesaj (cuatro preguntas, cuatro hijos,…). Una vez que concluya Purim nos comenzaremos a preparar para Pesaj, nos dispondremos a comenzar el camino hacia la libertad. Ahora bien, Purim y nuestras acciones en este día bien merecen ser consideradas el punto de partida del camino de losas amarillas que nos conduce hacia la ciudadela de la liberación.
Retornemos entonces al chascarrillo del principio. No podemos resumir Purim diciendo que nos persiguieron, nos salvaron y vamos a comer. Más bien hemos de decir: nos alegramos, lo celebramos compartiendo y conviviendo, nos aproximamos juntos a la libertad…
¡Jodesh Tov!
Rabino Eliyahu Peretz – Judaica Norte.
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