Al llegar el mes hebreo de Elul, la tradición judía nos invita a sumergirnos en una experiencia espiritual que, sumada a los días entre Rosh Hashaná y Iom Kipur -los Iamim Noraim o días temibles- nos proponen vivir 39 días dedicados al retorno a la esencia de lo que somos, en un proceso personal y también comunitario que llamamos Teshuvá.
Teshuvá tiene múltiples significados: arrepentimiento, retorno y respuesta.
Como herramienta y práctica religiosa para trabajar el arrepentimiento, a partir del comienzo del mes el mundo sefaradí incorpora el rezo de selijot antes de cada amanecer los días hábiles y los ashkenazim lo hacen desde la finalización del Shabat previo a Rosh Hashaná (siempre que haya al menos cuatro días para hacerlo) en los que como una escalera al Cielo vamos ascendiendo en espiritualidad y fervor hacia el día en el que estas plegarias tienen mayor relevancia: el de la expiación, Iom Kipur. Las selijot son un ritual que intenta ayudarnos a ablandar progresivamente nuestro corazón. Como dice el profeta Ezequiel (36:26): “Te quitaré el corazón de piedra y te daré un corazón de carne”. Tal vez de eso se trate todo este viaje en esta época del año, de transformar el centro de nuestra existencia y volverlo flexible, vivo, permeable, curioso, abierto. Se trata de un trabajo que se hace de a poco, paso a paso, porque las circunstancias de la vida, los problemas, nuestros temores y la necesidad (a veces excesiva) de autoprotegernos, intentan volverlo a blindar como si tuviera alrededor una armadura. El proceso es lento pero necesita ser constante por eso nos tomamos todos estos días para intentar lograrlo. Lo hacemos con plegarias pero no se trata necesariamente de una cuestión ritual o sólo con Dios, así es que las selijot son también una invitación a transformarlas en acciones concretas hacia los demás.
Selijot, nuestros pedidos de perdón, tienen pasos sistemáticos y la necesidad imperiosa de reconocer con honestidad y públicamente nuestros errores; buscar también compensar lo mal hecho o tratar de minimizar la posibilidad de que haya aún más perjuicios; pedir perdón a quienes hayamos lastimado y finalmente no seguir en el camino que nos llevó a dañar a otros.
Es necesario enfrentar a quienes debemos nuestras disculpas y con honestidad pedir su perdón. Ello incluye a quienes nos rodean y pudimos haber causado dolor incluso sin saberlo, de forma inconsciente. Es un acto de valentía y en estos tiempos también audaz ya que reconocer los errores es socialmente visto como una debilidad o una muestra de vulnerabilidad. Con el tiempo y generalmente muy tarde, aprendemos que es todo lo contrario, además de ser sin dudas liberador.
Si disculparse es una prueba de humildad, perdonar es un desafío tal vez aún mayor, pero retornar con una brasa encendida que nos quema las manos no parece ser tampoco un buen plan para comenzar un nuevo año. Es necesario liberarse también de rencores y no sólo de culpas.
Este trabajo, está claro, no es fácil y visto desde la perspectiva de estar escudriñando el pasado y sus malos pasos podría verse como negativo, doloroso. Sin embargo aún sin negar esa parte no grata de la tarea también creo que es importante resaltar que el propósito es que el camino hacia adelante sea verdaderamente provechoso, bueno, exitoso para nosotros y quienes nos rodean. Qué mejor que alejarnos de aquello que no nos suma, encontrar el buen rumbo, renovarnos positivamente.
Este ejercicio, el de la Teshuvá, requiere fuerza pero sobre todo entrega y sinceridad.
Se cuenta que el Rebe Sushe de Hanipoli en los días de selijot permaneció sentado en su silla y sus jasidim de pie en torno de él desde la mañana hasta la noche. Había alzado sus ojos y su corazón hacia el Cielo y se había desprendido de todos los vínculos corporales. Mirándolo, uno de sus jasidim fue abrumado por el deseo de arrepentirse y las lágrimas corrieron por su rostro. Y tal como una brasa ardiente enciende la de al lado, así hombre tras hombre fueron encendidos por la llama del arrepentimiento. Entonces el Rebe miró alrededor y clavó su vista en ellos. De nuevo alzó los ojos y dijo a Dios: “Señor del mundo, éste es, por cierto, el momento de arrepentirse. Pero sabes que no tengo fuerzas para hacer penitencia, de modo que acepta como arrepentimiento mi amor y mi vergüenza.”
Jodesh Tov.
Rabino Diego Elman
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