“El arte es… como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heraclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.”
Arte Poética, J. L. Borges
Simjat Torá es la fiesta que conmemora el final de la lectura anual de la Torá y su inmediato reinicio. Es la fiesta de una cierta repetición. Quizás incluso sea la fiesta de la rutina. Porque lo cotidiano también merece ser celebrado y consagrado.
No hay nada más fácil que celebrar lo que es especial y sentirse especial frente a algo especial. El desafío consiste en sentirse especial frente a lo ordinario. El judaísmo lo plantea a través de bendiciones diarias sobre el agua, la capacidad de mirar y ver, y el poder hacer las necesidades fisiológicas básicas.
Todos nos sentimos especiales cuando llegamos a un nuevo trabajo, cuando conocemos a gente nueva o cuando nos encontramos con amigos a los que no vemos muy a menudo. Sin embargo, la vida se compone principalmente de innumerables momentos comunes, en los mismos lugares y con las mismas personas, y es ahí, en esas circunstancias, donde tenemos la verdadera oportunidad de profundizar en nuestro ser y en nuestra forma de relacionarnos, porque es en la vida cotidiana donde puede surgir nuestra auténtica identidad, sin máscaras, sin producciones, sin adornos especiales.
Simjat Torá, al igual que Sucot, que la precede, no conmemora un acontecimiento, sino el mero hecho de caminar, por el desierto en un caso, por el texto de la Torá en el otro.
Precisamente por eso nos permite ver si hemos sido capaces de ser diferentes ante lo mismo. Si hemos conseguido leerlo de otra manera, interpretarlo con otros lentes, descubrir nuevos mensajes en el mismo texto, en el mismo lugar, en las mismas personas y en nosotros mismos.
Simjat Torá – en cuánto fiesta de la repetición – presupone, como Heráclito, que la segunda vez que entremos en el mismo río ya no seremos los mismos y el río tampoco.
Borges fue más sofisticado. Para él, el río y el propio Heráclito, como todos nosotros, son siempre iguales y diferentes al mismo tiempo. Tal cual lo es todo. Y el arte es lo que nos permite vislumbrar esa paradoja y disfrutar las tratativas de dilucidarla.
Nada se repite de forma idéntica y, al mismo tiempo, siempre estamos experimentando situaciones similares y conocidas de una forma determinada: siempre habrá tristeza, alegría, deseo, éxito, frustración, bondad, malicia, altruismo, egoísmo. Si no tenemos todas ellas a la vez, tenemos al menos parte de todo esto. Desde que nacemos hasta que morimos. Quizá todo se repite para revelar cómo hemos crecido, para darnos la oportunidad de crecer.
La Torá se define al final como un poema, que -a diferencia de la prosa- requiere una lectura inspirada y creativa que invita al lector a sumergirse en el texto y a verse reflejado en él como en un espejo. En este sentido, la Torá nos refleja cada vez que la leemos y nos sugiere que nos veamos a través de ella de una manera nueva cada vez. Y descubrir en ella su continuidad siempre renovada.
Al movimiento reformista lo atrae esa visión, porque resume uno de sus pilares: en el judaísmo, lo más tradicional es la reforma, la tradición consiste en la transformación constante, y porque así es como ella adquiere valor y relevancia siempre.
En mi opinión, esa posición no es una estrategia para asegurar la supervivencia del judaísmo en todos los tiempos. Creo que se trata de una fe. En eso sí que el judaísmo tiene un potencial intrínseco de autotransformación constante, de reforma esencial. Ahí radica su riqueza y su divinidad. En ser siempre el mismo y otro al mismo tiempo. Como el pueblo y como cada una/o de nosotros.
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Rabino Dr Ruben Sternschein
Congregação Israelita Paulista
São Paulo – Brasil
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