YOM haSHOÁ יום השואה
27 Nisán 5783 | 17-18 de Abril de 2023
Lo dicho descuidado
El intento de aniquilación del Pueblo Judío en la Shoá empezó muchos siglos antes del sistematizado marco ideológico nazi. Empezó con el prejuicio históricamente alimentado. El historiador Raul Hilberg (1926–2007) enfatiza el paralelo entre los edictos de la Edad Media contra los judíos y las leyes nazis, por ejemplo: en el año 681, libros judaicos son quemados, mientras en el año 1933 libros “no arianos” son quemados; en el año 1215, se ordena que la ropa de los judíos sea marcada, mientras en el año de 1941 se ordena que la ropa de los judíos sea marcada.
Las semillas del odio se quedan ocultas en los subterráneos de la sociedad hasta que vengan a hallar una atmósfera que favorezca su resurgimiento. Por eso, el confort de no lidiar con las raíces que alimentan el odio porque, en un momento, él no florece con intensidad (o con la intensidad aceptable por la conveniencia de no actuar y por la intención de no verse elegido como blanco) potencia graves consecuencias para el futuro. La negligencia hacia lo que se ha dicho representa el consentimiento que autoriza la vocalización del prejuicio. Cuando el odio actúe de modo virulento, las consecuencias se verán aún más trágicamente nefastas.
Lo dicho embriagado
Las palabras de odio proclamadas en la Shoá ya estaban escritas y expresas. Tal como antes, ¿qué tanta atención se las puso? Descuidadas por muchos, desechadas por tantos, pero abrazadas por algunos. Algunos que se embriagaron por el llamado al odio y por la eficiencia que expía la responsabilidad, creando chivos expiatorios. Esos algunos embriagados gradualmente se convirtieron en muchos, y los muchos en cada vez más. Los sobrios clamaban por razón, pero ¿qué importa la razón cuando el interés contradice la razón? Los ebrios se embriagaron por los falsos eslogans y, movidos por el furor, mataron. Mataron en acciones, mataron en apoyo y, cuando mataron, rugieron. Rugidos que erradicaron el lenguaje humano. Lo humano se volvió un vestigio, pero un rasgo de la conciencia insistió en resistir para que algo humano pudiera volver a ser dicho y escuchado.
Lo dicho ensordecido
El lenguaje humano es sofisticado. Ese lenguaje fue, por la máquina de la impregnación del odio, reducido: “yo o vos”. Cuando el prejuicio determina “vos no existís y, por ende, vos no sos”, sólo queda el yo. Un yo único y absoluto. Los únicos y absolutos no dialogan, no necesitan lenguaje. Nada dicen. Solamente tiranizan.
La apropiación del propio lenguaje científico creaba la justificativa de eliminar aquellos que el estigma prejuicioso afirmaba ser indignos de vivir. Curiosamente, la depauperación del pensar viene acompañada de la sistematización de los métodos de exterminio. ¿Y quiénes escucharon lo que decían las víctimas del exterminio en las cámaras de gas? Las puertas trabadas de las cámaras amortiguaban cualquier palabra dicha. Pero la verdad es que las puertas de las cámaras de gas estaban trabadas por los oídos ensordecidos al llamado de la vida.
Nada y todo que decir
Sobre la Shoá nada puede ser dicho. De tan ajena a lo que es concebible, queda solamente una pregunta: ¿cómo describirla y con cuáles palabras? Por eso, una sugerencia (que no obstante puede suscitar controversia): la terminología asociada a la Shoá se aplica únicamente a la Shoá en un capítulo apartado del diccionario de la infamia humana. Sin embargo, una vez que el inconcebible llega a ser posible, pese a que nada pueda ser dicho, todo tiene que ser dicho, y el diccionario, rescatado.
Tal vez en los años treinta del siglo veinte se haya dicho: “hoy es diferente, es la nación esclarecida, de la música, del arte, de la literatura”. Al repetir el descuido que no percibe que lo inconcebible es posible, tal vez se diga en los años veinte del siglo veintiuno “somos un mundo de alto desarrollo y de conexión instantánea”. Porque el inconcebible es posible hoy y lo será mañana, tal como fue ayer, todo tiene que ser dicho sobre la Shoá. Todo, al ser dicho, presupone dos elementos aparentemente opuestos, pero que se completan: a) la no banalización, como la que existe cuando a cualquier enemigo y hasta desafecto se le dice “nazi”. La vulgarización esconde el horror y acaba por anestesiar la capacidad de reaccionar en indignación; b) el rechazo a incitaciones y actos prejuiciosos pequeños que se presenten al diario, ya que una sola semilla florece y una sola víctima—en el abanico de la diversidad que compone la humanidad—también es todo el mundo.
Rabino Sérgio R. Margulies – Associação Religiosa Israelita (ARI) – Rio de Janeiro, Brasil