La revista Commentary publicó el artículo “¿Qué  representa el judaísmo reformista?” del profesor Jack Wertheimer en junio de 2008.  Wertheimer, profesor de historia judía en el Jewish Theological Seminary, acusa al movimiento reformista de ser demasiado pragmático y de no tener suficiente compromiso ideológico. Sugiere que si el movimiento estuviese todavía en la adolescencia, el cambio permanente de posturas sería tolerable y comprensible.  Sin embargo, un movimiento debería tener conciencia de lo que representa en el segundo siglo de existencia.

Lamentablemente, no toma en cuenta que el movimiento conocido como “progresista” y/o “liberal” también es denominado “reformista”.  Su nombre no es “reformado”, como un hecho consumado, sino “reformista”, como vector constante.  De acuerdo con el profesor Leonard Fine, “Reform es un verbo – reforma(r) es una acción, un movimiento en constante creación”.

En realidad, no cambia sólo el movimiento reformista.  El judaísmo histórico vive un constante movimiento de creación y recreación. Si no fuera así, el judaísmo se habría transformado en un fósil y hoy en día sería nada más que materia de estudio de los libros de historia.  La idea de un Único Dios no surge de un día para el otro: del politeísmo a la monolatría (la adoración de un dios en un mundo que admite  muchos dioses), de la monolatría al monoteísmo (ya no un dios entre muchos, sino un Único Dios), del monoteísmo al monoteísmo ético (la creencia de que este Dios revela cuál sería el comportamiento humano necesario para la mantener el pacto), del monoteísmo a la polidoxia (la idea de que los seres humanos puede comprender e interpretar al Dios Único de varias formas diferentes)… y así llegamos a dos     mil años de pensamiento judío.

La Torá, formada a priori por los cinco libros de Moisés, se amplía por medio de la interpretación de los profetas.  En la época de la creación de los Ketuvim (Escritos), redactados para completar el Tanaj, los sabios debatían en ese entonces la interpretación de la Torá que sería, siglos más tarde, incorporada a la Mishná de Iehuda Hanasí.

El tratado de Pirkei Avot comienza con la enumeración de los eslabones de una cadena ininterrumpida desde Moisés, que recibe la Torá en el Monte Sinaí, hasta el último de los sabios de la Mishná.  En la estructura del primer capítulo, cada maestro recibe la “Torá” de la generación anterior y aporta lo suyo a la “Torá” que se transmitirá a la generación venidera.  Pero no es sólo eso.  La Torá continúa el proceso de ampliación con la Guemará que, juntamente con la Mishná, forman el Talmud, y así sucesivamente, hasta la última Response ya sea del Committee of Laws and Standards del movimiento conservador o del Committee of Response del movimiento reformista.

Devarim0002-BSi se contemplara la vida y las tradiciones del período bíblico, no nos reconoceríamos. Lo único que nos brinda la posibilidad de identificarnos con un pasado que, en términos prácticos, no tiene mucho que aportarle a la vida cotidiana del judío moderno son las interpretaciones de los textos se agregaron a lo largo de las generaciones.  La pena de muerte, que se menciona con frecuencia en la Torá, se aplica tanto al asesino premeditado cuanto al hijo rebelde. Sin embargo, las primeras generaciones de sabios de Israel afirman que se considera sanguinario a un tribunal que condena a la muerte más de una vez en una generación. Y Rabi Akiva agrega que un tribunal que contara con su presencia nunca condenaría a nadie a la muerte.

¿Qué pasó con los que no pudieron seguir los cambios? Desaparecieron del mapa judío.  Cuando Jerusalén sufrió amenazas de Roma, un sector del pueblo judío afirmó categóricamente que, sin Templo y sin independencia territorial, el judaísmo desaparecería.  Por otro lado, cuenta la leyenda que Iojanan ben Zakai huye de Jerusalén a Yavne escondido en un cajón y funda la primera yeshivá.  Finalmente, los zelotes sellan un pacto suicida en Masada, mientras que el judaísmo se mantiene firme y renovado en las manos de los rabinos.  Algunas generaciones más tarde, los que no aceptaban las enseñanzas del Talmud, porque modificaban al judaísmo tal como lo conocían, se transformaron en una secta que no se reconoce más como judía.  El profesor Jacob Petuchowski (z’l) siempre nos enseñó que somos herederos de los fariseos, los verdaderos fundadores del judaísmo que se convierte en nuestro legado.

El proceso de cambio no se detiene. El judaísmo es una tradición viva. Cuando surgía la reforma en Europa Occidental como respuesta a los desafíos de la modernidad, nace el Jasidismo en Europa Central para modificar e incorporar al judaísmo a un pueblo desmoralizado y sujeto a la intolerancia de los “dueños” de la academia rabínica.  En la actualidad, es difícil imaginarse que en su momento el Jasidismo haya sido de hecho una reforma importante que le dio un nuevo impulso al judaísmo.  Es difícil, ya que en su vida cotidiana, el judío contemporáneo se equivoca al asumir que Moshé Rabeinu se vestía como un Jasid, y no entiende que la indumentaria jasídica era un intento de imitar a la nobleza de Polonia del siglo XVIII.

El judaís-mo se protege del inmovilismo no sólo en los ritos y en la legislación civil sino que también crea un lenguaje para presentarle a generaciones anteriores las creencias y conceptos que desconocen.  Maimónides, en la Guía de los Perplejos, se dirige a una generación de judíos educados dentro del pensamiento aristotélico interpretado por grupos sofisticados del mundo islámico.  La estrategia es reinterpretar al judaísmo de modo tal que se pueda incorporar una concepción del mundo que no surge de la lectura superficial de los textos recibidos.  En este sentido, se puede seguir la evolución de los nombres de Dios a través de la historia intelectual y mística del pueblo judío. Cada “nombre” aumenta las posibilidades de hablar de Dios como un Ser, una Fuerza o una Idea que pueda dirigir la atención del judío hacia el mundo de las mitsvot.

Todo en el universo y en el ser humano está en constante proceso de cambio.  Sucede lo mismo dentro del ámbito de la creencia, de la fe, de la religión y de la tradición.  El inmovilismo sólo se aplica al ser inerte, a la naturaleza muerta o a la idea que pierde potencia.  Gran parte de lo que se considera “tradición” es nada más ni nada menos de que la marca que deja la casa de nuestros padres, la melodía que escuchamos cuando éramos chicos en la sinagoga.  Por eso, mi tradición ieke, de judío alemán es diferente de la tradición de mi hermano, judío hijo de polacos, o de la mi hermana, nieta de judíos de Grecia.  La melodía del Lechá Dodi que tanto me gusta, no es un legado del Monte Sinaí; se cantó tanto y durante tantos años, que se convirtió en una “tradición”.  Pero no es inmutable.

El movimiento reformista, que en sus albores rechazó a la kipá y el talit, no tiene problema en rescatar una tradición antigua si la estética y la coherencia lo consideran apropiado.  La evolución de las leyes de kashrut pueden algún día, transformar a los judíos en vegetarianos… Puede pasar cualquier cosa.  Las posibilidades son ilimitadas, siempre y cuando se acepte con energía y vitalidad que para ser es necesario crecer  y que para crecer es necesario cambiar.

Comprometido con el pueblo y las tradiciones, con el futuro del judaísmo en sus más diversas manifestaciones, sea en el moderno Estado de Israel o en los países de la Diáspora, dispuesto a dialogar con la tradición y con sus contemporáneos, el judío reconoce que nadie es dueño de toda la verdad, que cada uno tiene sólo un pedacito de esta verdad, que sumada a la de su vecino, puede formar un rompe cabezas maravilloso –  ¡Tiempos Mesiánicos!

Rav Kook, el primer rabino en Jefe de Palestina, lo dijo de la mejor manera: “Cada generación tiene la responsabilidad de renovar lo antiguo y santificar lo nuevo.”  De esta forma, se garantiza la continuidad judía.  Aceptemos que las diferencias son leshem shamáim (por una causa noble, en nombre de Dios) y dejemos que lo que para nosotros son contradicciones aparentes, las solucionen nuestros nietos.

Traducción al español por Alicia de Choch Asseo